No era feliz, pero quería llegar allí
Siendo una pequeña que creció en una época en la que no tener padre era habitual, tiendes a ansiar el amor y la atención que nunca tuviste la oportunidad de recibir. Eso me llevó a vagar por lugares a los que no tenía por qué ir, buscando la validación de personas que no tenían buenas intenciones, con la esperanza de encontrar todas las cosas que no podía obtener de la única persona que creía que estaría ahí para enseñarme a amar y a ser amada.
Sufrí depresión desde una edad temprana, sentía las cosas diez veces más. Fui víctima de todos los «te quiero» y me enseñé a normalizar los comportamientos manipuladores y narcisistas y el abuso. No podía ver que el amor se definiera de otra forma que no fuera la agresividad. Pensaba que la cantidad de dolor que sentía era equivalente al amor que cada persona sentía por mí. Pasé mucho tiempo rogando a los demás que vieran mi valía, mi valor, cuando ni siquiera podía verlo en mí misma. ¿Qué les suplicaba que vieran? Lo poco que pensaba de mí misma, lo inútil que me sentía y lo contenta que estaba con conformarme con menos de lo que merecía. Sin saberlo, yo marcaba el tono de todas las relaciones que entablaba. La gente sabía cómo tratarme observando cómo me trataba a mí misma. ¿Cómo iba a encontrar el amor verdadero si nunca había empezado por la fuente?
Llegué a un punto en mi vida en el que pude alejarme de la toxicidad. Por fin estaba SOLA. Abandonada a mis pensamientos y a mis propias inseguridades, sólo tenía tiempo para reflexionar. Mientras volvía a conocerme, me hice amiga de un chico que no quería nada de mí excepto amistad, no podía creer que tuviera a alguien realmente a mi lado que se preocupara de verdad por mi bienestar. Empezamos a conversar con frecuencia, a hablar de los puntos fuertes y débiles de nuestra jornada de celibato. Me sentía muy cómoda con él, así que decidí pasar una noche de cine en su casa. El tipo con el que pasé tanto tiempo desahogándome acabó violándome al final de la noche.
Estaba completamente destrozada y, a menudo, me sentía derrotada. Con el paso del tiempo las cosas se habían puesto tan mal que quería acabar con mi vida. Mi hijo me SALVO. Decidí ser la persona que necesitaba ser para MÍ MISMA. No era feliz, pero sabía que quería llegar ahí, me permití ser vulnerable y trabajar con ese dolor durante un tiempo.
No tienes que fingir que lo tienes todo resuelto si sabes que no es así. ¡Está bien NO estar bien! La sanación no es fácil ni será bonita. Sólo serás tú y tu dolor enfrentándose el uno al otro. ¡Llora, grita, chilla! Sólo asegúrate de que una vez que hayas terminado, recojas los pedazos y empieces a reconstruir.
Tuve que darme cuenta de que había un propósito en mi dolor. Aprendí a redirigir mis pensamientos y a responsabilizarme de mi propia felicidad. No podía seguir viviendo con esta carga. Estaba cansada. No podía tener miedo de alejarme de las cosas que no me elevaban. Sí, lo desconocido da miedo, ¡pero también lo da quedarse en una situación que ya no te sirve! Sabía que, si no hubiera empezado en ese momento, no estaría donde estoy hoy. ¡Soy más fuerte, más sabia y mejor! Sé amable contigo misma, ¡el progreso, incluso en la forma más pequeña, sigue siendo progreso! La vida después del abuso no es fácil, tienes que elegirte a ti misma por encima de tu pasado, la toxicidad y tu dolor cada día, pero el resultado siempre será ganacia. ¡ELÍGETE A TI!
– Jovon, Sobreviviente