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HISTORIAS DE SOBREVIVIENTES

Sólo escucha

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Durante décadas, he vivido con el recuerdo del abuso sexual de mi infancia. De niña, permanecí en silencio, porque me decían que, si decía una sola palabra a alguien, mi familia saldría perjudicada. Cuando por fin encontré la fuerza para hablar, fui yo la que quedó herida. Rompí mi silencio, pero nadie me creyó. En lugar de hacer justicia a mi agresor, hablar me hizo perder a mis seres queridos. Este rechazo y abandono me hizo sentir desesperanzada. El abuso y la negación del abuso por parte de mis seres queridos crearon profundas cicatrices. Crecí viéndome indigna de amor y lidiando con ese dolor SOLA.

De adulta, empecé a darme cuenta poco a poco de que los efectos de mi trauma en la infancia llegaron a definir las relaciones personales y profesionales que entablaba. Dedicaba toda mi energía a intentar complacer a los demás haciendo todo lo posible por ellos para que no me rechazaran. Salir con alguien era un reto, porque a menudo sentía que me iban a hacer daño y, por tanto, quería tener siempre el control. Estaba en guardia 24 horas al día, 7 días a la semana. En el Retiro Saprea aprendí que las personas que sufrieron abuso en la infancia suelen ir y venir, acercándose a la gente y alejándola después.

Todavía hay otros efectos del trauma con los que trato a diario, como volcar toda mi energía en el perfeccionismo -como asegurarme de que cada lata de mi despensa está alineada y orientada exactamente igual, e incluso intentar mantener una casa impecable-. También sentí durante años que miraba mi vida a través de una ventana, distante de lo que ocurría a mi alrededor. En Saprea aprendí que muchos de estos efectos son comunes a quienes sufrieron abusos similares y que nos imponemos estas exigencias como forma de buscar amor porque el abuso sexual en la infancia nos roba el sentimiento de ser amados.

Recuerdo un momento concreto del retiro. Nos dieron a todos unas largas y hermosas plumas de pavo real para que las balanceáramos sobre nuestras manos. La más mínima brisa atraía la pluma hacia un lado u otro, y teníamos que mantenerla en equilibrio sobre las palmas de las manos. Nuestra facilitadora nos dijo que, a menudo, en los casos de abuso sexual durante la infancia, perdemos la capacidad de jugar. La actividad fue un suave recordatorio para recuperar el sentido del juego. Empecé a derramar lágrimas, ya que era una palabra detonante para mí. Me trajo recuerdos de quien abusó de mí preguntándome si quería «jugar». Experiencias directas como ésta nos permitieron reflexionar sobre todo lo que aprendimos en el retiro y aplicar las técnicas compartidas para ayudarnos a sanar.

El trauma es algo tanto mental como físico. Por eso puede afectar a la forma en que te comportas y a la forma en que te sientes. Y si quieres deshacer el trauma, requiere un trabajo muy duro y una mentalidad diferente con la que todavía lucho a diario.

En busca de ayuda, visité a un psicólogo, luego a un terapeuta matrimonial y familiar licenciado e incluso recibí asesoramiento espiritual, todo lo cual me condujo finalmente al Retiro Saprea. Y fue allí, en tan sólo unos días, donde comprendí muchos de los comportamientos con los que trato a diario. La mayoría se hacen inconscientemente.

Aprendí, y sigo aprendiendo, lo que todo esto significa para mí. Pero descubrir cómo están conectadas estas cosas, y que puedo elegir hacer el trabajo de sanación, me ha ayudado a sentirme empoderada.

Sin embargo, el hecho de que una herida sea profunda y dolorosa, y lo haya sido durante mucho tiempo, no significa que no podamos tomar la decisión de buscar ayuda y sanación. Ganamos esperanza cuando tomamos medidas para liberarnos de la vergüenza y la rabia embotelladas en nuestro interior durante tanto tiempo. Hoy me defiendo, a pesar del «miedo a lo desconocido» que me ha invadido desde que comenzó el abuso.

El abuso sexual se lleva mucho de las personas, y la jornada hacia la sanación es larga. Algo que muchos no comprenden. Pero sin duda nos lo debemos a nosotros mismos.

A la próxima generación también le debemos algo. Debemos creer a todos los niños cuando hablan. Pero, lo que es más importante, debemos garantizar que no se les deje en lugares donde se pueda abusar fácilmente de ellos. El abuso sexual infantil es real. Y puede crear heridas profundas que son muy difíciles de sanar.

Si tenemos el valor de cuidar de nosotros mismos y escuchar a los demás cuando nos necesitan, podemos reparar el dolor y el sufrimiento que causan estos delitos. Quien abusó de mí escribió la primera parte de la historia de mi vida, pero es MI turno de poner fin a esta historia. Soy una sobreviviente en proceso de sanación y, a medida que me sienta más cómoda compartiendo lo que me ocurrió, me uniré a la lucha contra el abuso sexual infantil. Mi jornada, junto con la sanación, consiste en concienciar de todas las formas posibles. Así es como elijo vivir mi vida. Y espero que, ahora que has leído mi historia, hagas lo mismo.

-Tili, Sobreviviente