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HISTORIAS DE SOBREVIVIENTES

Experiencia especial en el Retiro Saprea

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De niña nunca me sentí completa, siempre sentí que había un vacío en mi vida que no podía llenar. Tenía emociones muy profundas y era una niña sensible. Era tímida y distante y sentía que era muy diferente de los demás niños.

El abuso continuó hasta que mi familia se mudó cuando yo tenía 12 años. Se lo conté a una mujer de confianza de mi iglesia; fue la primera persona a la que se lo conté.

Estos recuerdos invadían mis pensamientos, constantemente. Tenía tanta rabia contra él y contra mis padres por dejarme estar en su casa sola y pasar la noche tantas veces. Dejó de importarme todo. Dejé el instituto en mi último año. Empecé a consumir marihuana y cocaína. Conocí a alguien que vivía en la otra punta del país, me subí a un autobús y hui. Finalmente volví a casa, pero seguí consumiendo drogas. Eran mi escape del abuso y de la vida en general. Pude encontrar la sobriedad y este año ¡celebraré 4 años sobria!

En junio de 2017, mi prometido me etiquetó en una publicación de Facebook. Alguien compartía su historia y hablaba de un lugar increíble llamado Retiro Saprea. Me lo planteé, no podía creer que fuera gratuito, que estuviera a sólo 30 minutos en coche y que hubiera algo así ahí fuera. Parecía demasiado bueno para ser verdad. Sabía que tenía que solicitarlo e ir. Llevaba muchos años intentando perdonarle por lo que me hizo. Pasé muchos años siendo una víctima.

Tuve una experiencia muy especial en el retiro. Pude conocer a mujeres increíbles con historias similares. Pude asistir a clases, a un mini cambio de imagen y a terapia de grupo. La última noche del retiro escribí una carta a mi agresor. Cuando terminé, salí al exterior, en la oscuridad, bajo las estrellas y en la belleza de la naturaleza. Y leí la carta en voz alta, esperando que Dios permitiera que resonara en sus oídos por toda la eternidad. Cerré los ojos antes de terminar de leer y me imaginé como una niña pequeña, herida y sola y llorando en el suelo. Y entonces se encendió una luz, y la niña levantó la vista y vio a la mujer que soy hoy. Cogí la mano de la niña, la ayudé a levantarse y la saqué de la oscuridad. Al final de la carta, le dije: «Por fin rompo estas cadenas que me has puesto. Ya no puedes controlarme. Ahora soy libre». Rompí la carta y la arrojé al fuego.

-Rachel, Sobreviviente