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HISTORIAS DE SOBREVIVIENTES

Al otro lado del infierno, hay luz

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Yo era su hija, él era mi abusador.

De adulta, mientras estaba sentada en el sofá de la consulta de mi terapeuta sosteniendo una foto mía de niña, recordé la noche en que se tomó esa foto. Yo era inocente, pero la noche no lo era, ni mucho menos sus actos. Di la vuelta a la foto y vi la fecha estampada en el reverso: «1985». Yo tenía 4 años.

Fue en ese momento cuando me liberé de la culpa, el dolor, la agonía de llamarme víctima. Era una mera niña cuando el único hombre de mi vida, que debería haberme protegido para siempre, me robó. Me robó mi inocencia, mi infancia y, a su vez, gran parte de mi adolescencia. Había pasado los últimos más de 20 años en silencio, temerosa de decir mi verdad, temerosa de admitir ante mí misma y especialmente ante los demás, la verdadera razón por la que mi vida adulta había estado plagada de dolor, drogas, alcohol, malas decisiones, malas elecciones en los hombres, ira, rabia y culpa.

Los niños no se defienden, porque no pueden. Nos enseñan a confiar en los que queremos, y en los que nos quieren. Me di cuenta de que el abuso no era culpa mía, y ya no permití que fuera mi carga. Ya le había dado demasiado de mi vida. Empecé a darle permiso a esa niña para DEJARLO IR y empezar a SANAR. Empecé a recuperar mi vida. A partir de ese momento, ya no me veía como una víctima, sino como una SOBREVIVIENTE. He encontrado mi voz y ya no permito que las acciones no deseadas de mi padre dicten quién soy, en quién me convierto y quién me oye rugir. Este noviembre celebraré 12 años sin drogas, soy madre de un niño precioso y vivo cada día con orgullo. Soy la prueba de que al otro lado del infierno hay luz.

-Sasha, Sobreviviente